Entre los siglos VII y XV de nuestra era en el viejo continente teñirse el cabello dejó de ser material y moralmente posible, con relación a sus antepasados clásicos.
 
Las mujeres debían llevar el cabello largo y bien recogido, tal como marcaban los cánones la Iglesia, lo que, en una época en que disponer de jabón se consideraba un lujo, obligó a agudizar la imaginación para crear todo tipo de moños y trenzas.
 
La única manera de proteger el cabello de la suciedad y los piojos era cubrirlo convenientemente, por lo que se generalizó el uso de capuchas, velos, gorros y sombreros, en invierno y en verano. Las mujeres intentaban arreglarse de la manera más coqueta posible sin salirse de los patrones estrictamente indicados.
 
Las más humildes tejían en sus cabellos trenzas de todo tipo que generalmente nunca dejaban caer, sino que se enroscaban encima o alrededor de la cabeza formando originales recogidos. Sus únicos recursos para hacerlo eran peines de madera e hilos de lana. A menudo, se usaban flores como ornamento, pues era lo único que tenían a su alcance.
 

La raya en medio era lo más convencional y no solía haber tiempo ni ganas para hacer nada que se saliera de lo establecido. Para la gente del pueblo resultó una época oscura y demasiado dura para pensar en la belleza física.

fuente monografias.com